Se la ha comparado muchas veces con la cueva que aparece en las películas de Superman y, ciertamente, no hay ningún otro lugar del mundo que se le parezca más. La cueva de los cristales gigantes, a 300 metros de profundidad en la mina de Naica, en el estado mexicano de Chihuahua, es un lugar increíble que parece sacado de otro planeta. Su brillante paisaje está formado por bloques de selenita pura que conforman los cristales más gigantescos del mundo, de hasta doce metros de longitud y uno de anchura. A pesar de su belleza, es un infierno. Con más de 50 grados de temperatura y un 98% de humedad, un ser humano solo soporta unos minutos en su interior antes de acabar deshidratado. Investigadores españoles que se han adentrado en la cavidad creen que esos cristales crecieron muy lentamente y pueden tener incluso un millón de años.
Un murmullo de frecuencias justo por debajo de lo que el oído humano puede captar ha podido ser grabado por todo el mundo. Es el «zumbido de la Tierra», posiblemente provocado por todos los factores que bombardean su superficie, como los cambios en la presión atmosférica, las olas del océano, la lluvia, el viento y la actividad humana. Estas fuerzas generan ondas sísmicas que se unen en un coro global, según una investigación de la Universidad de Grenoble en Francia publicada en la revista Science, que señala que este fenómeno puede proporcionar información útil para averiguar cómo es la geología del manto terrestre de 400 a 600 km de profundidad.
Es uno de los misterios naturales más famosos y más extraños. En Racetrack Playa, en el Valle de la Muerte, una larga extensión de lodos en California (EE.UU.), las piedras de distintos tamaños, algunas tan grandes como un ser humano, se mueven solas. Nadie ha visto realmente cómo se mueven, pero las rocas dejan un rastro de movimiento, como si hubieran reptado por el suelo hacia cualquier parte, sin patrón alguno. Esto ha suscitado las explicaciones más disparatadas, desde poderosos campos de energía a intervenciones alienígenas.
Ralph Lorenz, científico planetario de la Universidad de Johns Hopkins, que ha trabajado en una red de estaciones meteorológicas para la NASA en el lugar, cree que es el hielo lo que hace que las piedras se muevan. Tras llevar a cabo un experimento con un simple tupper, una piedra y un frigorífico, Lorenz llegó a la conclusión de que alrededor de las rocas se forma una capa de hielo flotante con una especie de quilla que cava un sendero en el barro. En ese escenario, el hielo no produce ninguna fricción en el agua, por lo que las piedras son capaces de deslizarse con solo una ligera brisa.
4 Las llamas que nunca mueren
Los científicos conocen la existencia de varios centenares de «llamas eternas» por todo el mundo. Se alimentan de hidrocarburos que proceden de las profundidades de la Tierra y pueden brillar durante tiempos inmensamente largos, sin apagarse jamás. Durante el pasado año, una espectacular llama en el neoyorquino condado de Erie, detrás de una cascada en el Chestnut Ridge Park, llamó la atención de investigadores de la Indiana University Bloomington, que lograron aclarar su origen. Según explican, en algunas ocasiones las filtraciones de gas natural son lo suficientemente abundantes y duraderas como para producir una llama que arde eternamente, como la estudiada al oeste de Nueva York. El gas del Chestnut Ridge Park tiene su origen en una formación rocosa del Devónico Superior (entre hace 385 y 359 millones de años) que se encuentra a unos 400 metros de profundidad.
Los investigadores también estudiaron una gran «llama eterna» en el Cook Forest State Park, al noroeste de Pennsylvania, pero determinaron que esa llama en concreto que arde continuamente en el fondo de un pozo, no se debe a una filtración natural de gas, sino a la fuga de una tubería abandonada.
5 Las cataratas de sangre
Las Cataratas de Sangre, situada en el glaciar Taylor, en los Valles Secos de McMurdo, en la Antártida, se tiñen de un intenso color rojo muy parecido al de la sangre cada vez que manan agua salada. Los primeros exploradores atribuyeron el tono a las algas rojas, pero los análisis han demostrado que el fenómeno se debe a la acumulación de óxido de hierro en las sales del agua del glaciar.
Una de las teorías sobre su origen explica que bajo el hielo del glaciar han permanecido aislados desde hace más de cinco millones de años unos ultraresistentes microorganismos capaces de vivir en un entorno sin luz, casi sin oxígeno y con una altísima salinidad, que metabolizan el azufre y el hierro. El color del agua se debe a su contenido en hierro, que se oxida al contacto con el oxígeno, provocando la cascada de sangre.