En pleno océano Atlántico, a 1.200 metros de profundidad el silencio y la oscuridad son casi absolutos. Pero a pesar de las difíciles condiciones, la vida prospera en el fondo marino gracias a las oportunidades que vienen desde la superficie, en forma de restos y nutrientes.
Un grupo de científicos del Instituto Marino de la Universidad de Plymouth ha publicado en la revista «Plos One» el hallazgo de un nuevo oasis de comida en medio de las llanuras del fondo oceánico. La «mesa» del banquete se encuentra, nada más y nada menos, que en un «cementerio» de tiburones situado frente a las costas de Angola, a 1.200 metros de profundidad y en un área de un kilómetro cuadrado. Allí, se han topado con los esqueletos de un tiburón ballena y tres rayas, «muertos desde hace uno o dos meses», rodeados por una amplia colección de carroñeros que se estaban dando un festín.
«Había mucho peces junto a las carcasas –los esqueletos–, como si estuvieran protegiéndolas», ha dicho el Doctor Nick Higgs, que ha dirigido la investigación. En una nota de prensa publicada en BBC, ha explicado que hay muchos estudios sobre restos de ballenas, pero ninguno en tiburones u otros tipos de grandes animales marinos.
El motivo de que no se hayan encontrado hasta ahora podría deberse a que «no se ha explorado con detalle más que una ínfima parte de los fondos profundos», en opinión de Ángel Luque, biólogo de la Universidad Autónoma de Madrid y experto en fauna de los fondos marinos.
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