Línea de alta velocidad entre Pekín y Cantón. El tren sale de la capital de China al mediodía y pronto comienza a avanzar a 300 kilómetros por hora. Las vías atraviesan el interior del país, cortándolo de norte a sur. En las ventanas se suceden megalópolis de cemento, solares de urbanización precaria y campos de cultivo. La vista, sin embargo, apenas alcanza a discernir unos cientos de metros en la distancia.Una nube tóxica baña de gris mate el paisaje y persigue al pasajero durante 1.600 kilómetros hasta que se pone el sol. Es una escena paradójica. El tren bala, uno de los grandes orgullos de China, transformado en un escaparate de la destrucción medioambiental que ha provocado el enorme éxito económico del país.
El problema de la contaminación atmosférica es tan grave en el gigante asiático que el Gobierno chino ha decidido probar un nuevo diseño de drones -vehículos aéreos no tripulados- en la guerra contra la niebla tóxica que asfixia a muchas ciudades del país. Los artefactos, equipados con una suerte de paracaídas para mejorar su autonomía, diseminarán agentes químicos a fin de congelar las sustancias contaminantes suspendidas en el aire y hacer que caigan al suelo.
Los primeros ensayos con estos vehículos ya han comenzado durante las últimas semanas en puertos y aeropuertos. Pero no será el único uso que China dé a los drones en la lucha contra la contaminación. El Gobierno ya está empleando estos vehículos no tripulados paravigilar las industrias más contaminantes y reunir pruebas fotográficas desde el aire que puedan ser utilizadas para sancionar a las empresas infractoras.
Los ciudadanos chinos son cada vez más conscientes de la amenaza que supone el problema de la contaminación. La gente consulta todos los días la calidad del aire en el móvil. Sale a la calle con máscaras protectoras. Instala purificadores de aire en casa. Y algunos, los más pudientes, sencillamente emigran.